Mi primera vez fue en Berlín y fue por sorpresa. Fue mi primer viaje al extranjero y la elección fue bastante casual. No conocía ese ambiente y no me esperaba que tuvieran tanta pasión por decorar sus ciudades.
Pero este artículo trata sobre Viena, porque fui en verano de 2006 y durante una década no se había propiciado regresar en invierno para encontrar semejante ciudad, ya de por sí elegante, engalanada además por la Navidad.
Tanta era mi devoción, y por motivos personales era también mi objetivo principal, disfrutar de éstos Weihnachtsmarkten, que no tenido interés alguno en hacer otra cosa más que entretenerme por la ciudad esperando el temprano anochecer para visitarlos repetidamente.
Aunque en ocasiones un exceso de expectativas es causa de decepción, o cuanto menos merma la impresión, he de decir que ha sido espectacular.
Advertencia: que ponga más fotos de un lugar, significa que tengo más fotos bonitas de ese lugar, no significa que el lugar fuera más bonito.
El Prater, uno de los parques de atracciones más viejos de Europa, daba cobijo a un mercadito próximo a su simbólica noria, en una plaza de colores pastel, con un tiovivo y un museo de Madame Tussauds.
El palacio Schönbrunn, que está algo alejado del centro, alberga uno con fama de ser muy frío porque el viento lo alcanza sin obstáculos.
En el palacio Belvedere, presidiendo parte de sus jardines, encontré otro. Era realmente temprano, había desayunado bien pero fue llegar y tener gusa. Lo siento, no sale el palacio pero hemos venido a hablar de mercaditos.
A los pies de Karlskirche, uno de los mercaditos más grandes, constaba también de una pequeña granja instalada en el interior de un área circular delimitada por un bordillo que habían rellenado de paja.
Rodeando la Stephansdom, la catedral de Viena, se hallaban una veintena de casetas conformando un modesto mercadito en el centro histórico y una de las principales zonas comerciales de la capital.
Callejeando me topé con el Weihnachtsmarkt am Hof.
Alo largo del Ring que circunvala el casco antiguo encontramos tres más.
Próximo a Hofburg, en la Michaelerplatz, un mercado de casetas blancas parece mimetizarse con el encanto de esa plaza.
Por supuesto, la explanada del magnífico Rathaus aloja uno de los más grandes, además de un inmenso circuito de patinaje.
La siguiente inevitable parada en este recorrido mental me lleva a la plaza de los museos, donde se organiza otro de los mercaditos más grandes.
A espaldas del museo Quartier encontré una «versión moderna» del concepto que personalmente me pareció una aberración.
Aún resta área histórica y en este caso me refiero al barrio Spittelberg, sobre cuyas adoquinadas calles reposan hileras de casetas.
Y por último, no muy lejos de allí, mencionaría el mercadito de la Universität, que también tiene una pequeña noria.
Sinceramente espero que esta tradición continúe así por décadas y que muchos podamos disfrutarla.